El gusto es uno de los sentidos más infravalorados que existen. No se le da la importancia que se merece, al menos desde nuestro punto de vista, porque no sirve para “sobrevivir”. La vista nos ayuda a tener un contexto de todo lo que nos rodea, de la misma forma que el oído. Sin estos sentidos seguramente nuestra vida sería mucho más limitada. El tacto nos ofrece el contacto directo con el mundo, y hasta el olfato nos permite percibir ciertos peligros, o en otras situaciones, olores positivos. Sin embargo, el gusto parece quedar en un segundo plano ya que solo se utiliza a la hora de disfrutar de la comida. Y eso es algo que hacemos de forma natural, porque la mayoría ni siquiera disfruta comiendo, solo lo hace por sobrevivir. Hay casos y casos, por supuesto, pero si preguntásemos a 100 personas por el sentido que no les importaría perder, la mayoría dirían seguramente el gusto.
En la pasada pandemia, uno de los efectos colaterales más habituales del Covid era precisamente la pérdida del gusto y el olfato. La gente descubría que podía estar enferma porque los alimentos ya no le sabían a nada, y era una sensación tremendamente extraña. Para bien o para mal, todo lo que comían parecía saber insípido. Y es que este sentido, ligado principalmente a las papilas gustativas de la lengua, puede llegar a verse alterado por enfermedades o por problemas en esa parte de nuestra boca. Seguramente alguna vez hayas pecado de impaciente y hayas devorado algo que estaba demasiado caliente, solo para quemarte un poco el paladar o la lengua. A continuación, con el apéndice entumecido y las papilas adormecidas, dejábamos de degustar aquello que estábamos saboreando. Conocemos la textura y podemos casi paladear el alimento, pero el gusto ya no es el mismo. Y es que todos los alimentos, por insípidos que sean, tienen su propio sabor, incluso los que aparentemente no lo poseen, como el agua. Y sí, el semen también tiene un gusto muy particular, que como ya sabrás depende de la alimentación del hombre que lo eyacula…
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